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Sin embargo las clarificaciones recibidas de su amigo y confidente Conrado , no suavizaron las amarguras y desgarros del corazón . Luis poseía gran sensibilidad familiar. Vivía exclusivamente para su mujer, sus hijos y el gobierno de sus estados . La idea de alejarse de los suyos en los momentos en que más le necesitaba, hacía sangrar su alma y le hundía en la tristeza. La lucha interior a que estaba sometido le hizo dar largas a la publicación de su compromiso y madurar mucho la forma de comunicar su decisión a Isabel. La casualidad hizo que ésta conociera la noticia antes del tiempo previsto por su esposo . Una noche se habían retirado pronto a sus habitaciones, y disfrutaban de uno de esos ratos de expansión frecuen– tes en matrimonios jóvenes profundamente enamorados. Isabel en el clima de total confianza y libertad que reinaba entre ambos, desató el cinturón de su esposo y cediendo al instinto muy femenino de la curio– sidad, quiso saber lo que Luis llevaba en su limosnera . Cuando estaba más entretenida analizando las cosas de uso personal de su esposo , se topó con la cruz, símbolo del alistamiento de Luis a la cruzada. El golpe emocional que experimentó Isabel fue brutal. Como traídos por los cuatro pavorosos jinetes del Apocalipsis irrumpieron en su mente montones de siniestros, presagios unidos a la idea y al hecho de que Luis se hubiera «cruzado». Se veía privada por mucho tiempo del marido , su único y eficaz apoyo , afrontando en solitario la educación de sus hijos, el gobierno del principado y expuesta en la más absoluta indefensión y vulnerabilidad a las campañas y acoso de sus detractores; con el agravante de que varios miembros de la familia de Luis simpatizaban con la oposición, incluida la duquesa– madre Sofía . Incapaz de dominar en los primeros momentos el intenso dolor que atenazaba su alma cayó inconsciente al suelo. Luis se abalanzó en su ayuda. La levantó y estrechó con fuerza contra su pecho mientras trataba de consolarla con tiernas palabras y frases del evangelio; sabía por experiencia que la palabra de Dios tenía siempre para Isabel especial eficacia, pero ésta se mantenía sepultada en el silencio , la obsesión y la angustia no le permitían articular palabra . 93
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