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los campos vagaban grupos numerosos de personas esqueléticas, hurgando en la tierra con esperanza de encontrar algunas raíces de arbustos y nutrir sus cuerpos extenuados. Se comían los cuerpos de los animales en avanzado estado de putrefacción. Se originaban fre– cuentes reyertas de una violencia salvaje, para hacerse con pequeñas cantidades de alimentos. En los días más castigadores del azote , las poblaciones no daban abasto a sepultar los cadáveres y se les haci– naba en las plazas o aparecían abandonados al borde de los caminos. En el principado de Turingia, como ya adelantamos, fue especial– mente dramática la falta de alimentos. Isabel sin la ayuda de Luis, con un niño de tres años y otra niña de algunos meses se empleó a fondo en paliar los efectos del hambre en sus estados. Centró de manera especial sus esfuerzos a favor de las clases más pobres, eran las que soportaban la mayor carestía de alimentos y en sus cuerpos desnutridos se cebaban con especial virulencia las enfermedades. Como primera medida Isabel ordenó abrir las arcas del estado y emplear grandes cantidades en la adquisición de grano en otros países. Afortunadamente el principado de Turingia poseía en aque– llas fechas notables reservas de dinero . Luis , antes de su ausencia, había vendido a buen precio algunas tierras del estado . Se calcula que nuestra santa repartió entre los súbditos más necesitados en torno a 65000 florines , una cantidad respetable para entonces. Llegó un momento en que ya no se encontraban alimentos en los países vecinos ni a precios abusivos. Isabel mandó entonces abrir los graneros del principado para que se alimentaran las clases más cas– tigadas. La orden fue mal recibida y encontró fuerte resistencia a la hora de cumplirse por parte de los mayordomos, casas nobles y hasta los propios familiares de Luis. Precisamente los que no se habían enterado , por amarga experiencia, de que había hambre en Turingia . La santa fue inflexible y las clases más indefensas ante el hambre , salvaron la vida por esta orden con la que Isabel se ganó , la impopularidad de los nobles y acomodados, y el cariño y agrade– cimiento de los pobres. Como experta y profunda conocedora de la sicología de sus gentes intuyó que la repartición indiscriminada de grano podía pres- 86
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