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Los primeros franciscanos, llegaron a tierras alemanas en 1217. El primer intento de instalarse en ellas fue desastroso; desconocían la lengua y además venían sin letra alguna de presentación. Solo sabían decir en alemán «ya» que significa «sí». En su tremenda inge– nuidad pensaron que la tal palabreja tenía algo de mágico para entenderse. Cuando las gentes les preguntaban si necesitaban algo contestaban «ya» y les ofrecían alimentos en abundancia. Pero a la vista de su aspecto agreste , los lugareños sospecharon que podrían ser miembros de alguna secta. A su pregunta de si eran herejes o enemigos de Cristo , los frailes contestaron con toda sencillez: «ya» (sí) . Entonces se alzaron contra ellos, fueron encarcelados, sufrieron torturas y, finalmente, arrojados violentamente del país. Escarmentados por su primera y amarga experiencia, prepararon mejor el segundo intento de establecerse en Alemania. Iba al frente del pequeño grupo misionero, Cesáreo de Spira, oriundo de Alema– nia, y llevaba letras de presentación para los obispos y sacerdotes. La acogida desde el primer momento fue completamente distinta; les dieron hospedaje y comida. El principado de Turingia fue la primera región alemana recep– tora de los franciscanos. Seguramente, nada más pisar estas tierras , oyeron hablar de la profunda religiosidad de los duques, y los frailes se presentaron en el castillo de Wartburg con la única recomendación de su atuendo pobre y sencillo . Hablaron largamente al landgrave de Francisco de Asís, hombre santo y famoso en toda Italia. Le dijeron cual eran las pretensiones apostólicas en Alemania, su régimen de vida evangélica y al final recavaron de los duques alguna pequeña ayuda para construir su pequeña iglesia y unos tugurios donde poder– se albergar. Desde el primer encuentro , la relación entre los duques y los frailes se hizo fluida. Con frecuencia podía verse a los nuevos frailes de hábito gris y descalzos subir la empinada cuesta del castillo y a los duques visitar a los franciscanos en sus humildes chabolas . La fisonomía pobre, sencilla y acogedora de los hijos de san Francisco produjo especial y profunda impresión en el corazón reli– gioso de Isabel. Le llamó la atención , muy gratamente , las importan- 80
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