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nia. Desde aquel año se organizó de una forma nueva, mucho más sencilla, más de puertas adentro del principado, más familiar. Invitó al acto solo a los jóvenes de Turingia que serían armados caballeros ese mismo día , suprimiendo los pases e invitaciones personales para que tuvieran todos libre acceso a la Iglesia. Perdió la ceremonia el boato y suntuosidad, pero ganó como celebración familiar y del pueblo. Este, seguía el acto con admiración y orgullo y en adelante miraba a los armados caballeros como algo más cercanos y suyos. No hace falta ponderar que Isabel siguió con especial atención todos y cada uno de los momentos de la ceremonia. ¡Con qué fuerza palpitaría su corazón de enamorada viendo avanzar a su prometido hacia el altar provocando exclamaciones de admiración, con su empaque juvenil, con su elegancia, esbelta figura, y arrodillarse ante el obispo para recibir la espada, símbolo en un caballero cristiano, de la defensa de la patria, de la justicia y protector especial de los pobres! Desde el día en que fue armado caballero, Luis tomó personal– mente las riendas del principado . Con delicadeza y paciencia, pero también , con firmeza y energía cuando eran necesarias, fue ponien– do personas y cosas en su sitio: todos notaron enseguida el cambio de timonel, el relevo en el castillo de Wartburg En muchos asuntos no fue necesaria su intervención personal. Era tal el ascendiente y la fama de su sentido de la justicia, que muchos depusieron su compor– tamiento ambicioso , irresponsable o de chismorreo para evitar ser llamados al orden por el príncipe . El restablecimiento del respeto a las personas, favoreció de manera especial a Isabel, daba la impre– sión de que al grupo que fue para ella principal fuente de amargura y sufrimiento se le había tragado la tierra . Luis puso también orden con sus estados vecinos. Desde la muerte de su padre Herman, muchos señores «colindantes» se habían enva– lentonado y aprovecharon la regencia, débil de la duquesa Sofía, para realizar incursiones bélicas en las tierras de Turingia e imponían tributos permanentes a los labradores . El joven duque adiestró prime– ro a sus hombres de armas y obligó a los castellanos vecinos a sentarse en la mesa de negociaciones. Se fijaron con claridad los límites de los estados y por su parte dejó muy claro que en adelante 52
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