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Presa de tensión brutal, Isabel dio entrada por primera vez en su corazón a la amarga duda ¿será verdad -se decía- que Luis no siente por mí la ilusión de siempre? La simple aceptación de la duda, le causaba un suplicio atroz, se sentía completamente hundida. Y decidió salir cuanto antes de esta situación que la destrozaba. Llamó al señor Gualtero de Varila que gozaba de toda su confian– za. Le abrió completamente su corazón empapado de amargura y le pidió ayuda para salir de aquella situación inaguantable. El señor de Varila que sentía por Isabel un gran cariño se limitó a decirla : «Se– ñora, déjemelo de mi cuenta». Algunos días después se organizó una cacería. En un momento en que Gualtero y el príncipe se encontraron solos, aquel fue direc– tamente al tema. «Alteza -dijo a Luis- ¿tendréis la bondad de contestar a la pregunta que os haga?» «Habla con toda libertad, Gua/tero -dijo el príncipe- y te diré cuanto quieras saber». Con cierto temor a recibir una respuesta distinta a la esperada. Gualtero dijo a Luis « ¿Qué pensáis hacer de la princesa Isabei que yo traje de Hungría , será vuestra esposa o pensáis renunciar a vuestro compromiso y devolverla a su padre»?. El príncipe recibió la batería de preguntas como otras tantas banderillas de fuego. Se levantó de su asiento como movido por un resorte y dijo: «¿Veis esa montaña?» -el príncipe señalaba a Iselberg, la montaña más alta de Turingia. «Pues si se convirtie– ra en oro macizo desde la base a la cumbre y me la regalaran a cambio de separarme de Isabel, rechazaría indignado la propuesta». «Ya sé --continuó Luis- que algunos, hasta de mi casa, no simpatizan con su estilo de vida y critican a Isabel. Me duele profundamente tales actitudes de incomprensión, pero jamás lo– grarán separarme de ella. Amo a Isabel con toda mi alma, quiero que sea mi esposa a toda costa, valoro sus nobles sentimientos y su piedad más que sus extraordinarias dotes físicas y encantos». 47

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