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CAPÍTULO VII COMPAÑERO IDEAL DE ISABEL Las cosas como acabamos de ver, se habían puesto muy feas para Isabel en los mentideros de la corte. El «maligno» vestido de suegra y de cuñada y animando la orquesta de los aduladores, había creado un ambiente de zozobra y desasosiego. La pregunta surge espontánea: ¿Qué hacía Luis, el prometido de Isabel? ¿No se daba cuenta de que ella, blanco de todos los desprecios y chismes, estaba al término del aguante?. Desde la muerte de su pa– dre ¿no era él, duque indiscutible? ¿Por qué no paraba los pies a su madre y hermana? O ¿es qué él mismo se había dejado influenciar por la campaña de desprestigio ahora orquestada por la propia familia? De entrada hay que negar rotundamente que Luis dudara de los valores de Isabel para ser su esposa y la primera dama de Turingia. Nunca disminuyó en su corazón el cariño y ternura que sentía hacia ella. Su confesor y biógrafo Bertoldo nos dice refiriéndose a estos días difíciles para Isabel, que Luis «aprovechaba todas las ocasiones que le dejaban libre sus obligaciones para correr al lado de Isabel» De estos encuentros confidenciales sacaría Isabel la entereza humana para man– tenerse fiel a su estilo de vida, frente al acoso de que era víctima. ¿Por qué -podríamos seguir preguntando- no plantaba cara a su madre y a todos los que habían transformado la vida de Isabel en 45
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