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castillo y allí asistiremos a la misa mayor en la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción. Os pondréis los trajes de ceremonia y ceñiréis la cabeza con las diademas de oro». En la iglesia ocuparon los sitiales reservados para las primeras autoridades del principado . Los reclinatorios estaban situados frente a una talla grande y artística de Jesús crucificado. La duquesa y su hija recogían complacidas las miradas curiosas y de admiración de la concurrencia. Isabel completamente ajena al impacto que su presencia provocaba en las gentes, fijó sus ojos en la imagen tremendamente expresiva de Jesús crucificado . La visión de Cristo desnudo con todos los signos en su rostro de un dolor espantoso , produjo tal estremecimiento en el alma y en el cuerpo de Isabel que ésta -como luego comentaría a Luis ya de casados- la hizo sentirse ridícula, tocada con la corona y vestidos lujosos. Después ya solo obedeció a los sentimientos que había desperta– do en su alma el crucifijo ; se quitó la corona de oro y pedrería, dejó el reclinatorio y cayendo de rodillas inclinó la cabeza hasta dar con su frente en el suelo, sin otro adorno que su hermosa cabellera . La duquesa no pudo disimular su disgusto e irritación. Para ella el gesto de Isabel era inconcebible y deshonroso . La fulminó con la mirada mientras decía en tono severo: «¿Qué significa esta extrava– gancia Isabel? ¿Quieres que todo el mundo se burle de nosotras? Las damas nobles deben observar siempre una compostura decen– te, y no se encorvan como fregonasii . Isabel sin perder la serenidad y más bella que nunca respondió a la duquesa: «Señora, no tome a mal mi comportamiento. En pre– sencia del Señor coronado de espinas, yo no podía retener sobre mi cabeza una corona de oro y diamantes ... ¡Hubiera sido un escarnio para El!» 11 . La respuesta de Isabel debió de sonar en los oídos de la duquesa a música celestial , hasta pensó quizá que estaba loca. Necesitaba 11 Las declaraciones de las Cuatro Doncellas 22. 42