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Ante la situación que se le había creado en la corte, bastante fea y poco tranquilizadora, Isabel sólo tenía dos opciones. Claudicar, hacerse del montón, plegarse a los usos y costumbres insustanciales de los cortesanos o mantenerse fiel a sus ideales religiosos y huma– nos que le habían inculcado sus padres y ella cultivaba con cariño. No necesitó mucho tiempo Isabel para salir de la duda. Vio con claridad meridiana, que no había motivo para el cambio. Debía seguir adelante guiada por la voluntad de Dios y su propia conciencia. Y sabía muy bien las consecuencias dolorosas y hasta dramáticas de su decisión . Pero tenía confianza en el Señor por cuyo amor se abrazaba a lo más difícil. En este momento crucial , decisivo , tenemos ocasión de vislum– brar uno de los fenómenos más sorprendentes de santa Isabel; su actuación como persona adulta y madura cuando apenas tenía nueve años. De acuerdo que en esos momentos contó con una asistencia especial del Espíritu en forma de refuerzo de la inte– ligencia, también fortaleció el Espíritu su corazón contra el miedo natural en una niña a las dificultades. Pero la asistencia divina no restó nada a la envergadura de la decisión personal y que dio un giro determinante a toda su vida. Consecuente con la línea de autonomía e independencia personal en materia de comportamiento que se había trazado , la vida de nues– tra santa no sufre externamente variación alguna de cara a los demás. Los domingos y días de fiesta que participaba en la eucaristía, vestía con gusto , pero con un atuendo sobrio , sin adornos , collares o alhajas. En cambio después de la misa usaba ropa más lujosa, recamada en oro, de amplias mangas y se adornaba con algunas alhajas que realzaban notablemente su belleza. Esta diferencia en el modo de vestirse obedecía a una motivación religiosa profunda que la corta o nula sensibilidad religiosa de sus detractores no abarcaba. Dentro del desierto de la fe en el que había entrado Isabel, con la muerte del duque , recibía de cuando en cuando alguna consolación del Señor. En esta línea hay que interpretar la siguiente anécdota : 40
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