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A la tristeza por la muerte de su padre adoptivo atenazó el corazón de Isabel otra desgracia. No tenía en la corte de Wartburg una persona con suficiente influencia que le sirviera de escudo pro– tector contra los posibles detractores. La más obligada en aquellos momentos era la duquesa Sofía . Quedaba como regente del princi– pado y éste había adquirido un compromiso con los padres de Isabel de atender dignamente a la princesita. Aparte de este compromiso de estado, simplemente por ser mujer y madre, debió de tener en– trañas de misericordia viendo el sufrimiento y la soledad de la niña. Pero no fue así. En la corte de Wartburg no simpatizaban todos con Isabel. Había un sector de cortesanos que no aceptaron nunca su estilo de vida, La encontraban demasiado religiosa, excesivamente austera en su mane– ra de vestir, muy dada a los pobres. Por estos motivos empezaron a extender en la corte la especie de que Isabel era más a propósito para monja. No tenía categoría para princesa consorte y primera dama de Turingia. Tales críticas no resistían un ligero análisis objetivo . El modo de vestir y sus modales no tenían nada de rancio o estrafalario; por edu– cación y naturaleza, poseía un porte distinguido y elegante que ya habrían querido para sí algunas damas que la criticaban. Había sido educada y era consciente de su categoría social, entonces como prin– cesa.; y se preparaba con solicitud y responsabilidad para su futuro papel como esposa del landgrave y primera dama del principado, El problema era de sensibilidad religiosa y humana. Isabel sabía perfectamente que podía armonizarse y debía armonizar cierto matiz de austeridad con su condición de princesa; y como princesa enton– ces y sobre todo cuando fuera la duquesa consorte, tenía obligación de echar una mano a las clases más desfavorecidas. En realidad lo que no la perdonaba la camarilla de detrac– tores era ser diferente: que fuera ella misma y descollara sobre los demás, por sus virtudes humanas y religiosidad; y que sin pretenderlo, su presencia en la corte fuera una muda denuncia y un reproche a la frivolidad y vida adoce– nada del montón. 39

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