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na ocasión no lo podía cumplir durante la jornada, lo hacía antes de dormir. Si las doncellas la obligaban a que se metiera en la cama , no se dormía sin haberlas rezado . Conservaba la presencia de Jesús hasta en los juegos. Con fre– cuencia valiéndose de llevar la batuta en ellos, encaminaba a las compañeras hacia la parte donde estaba la capilla y sin dejar de jugar y simulando que atisbaba por la cerradura aprovechaba para decirle al Señor: «Señor, tu lsabelita juega, pero no te olvida». Cuando en ocasiones quería entrar en la capilla y la encontraba cerrada, tenía la original costumbre de besar la cerradura de la puerta como gesto de cariño hacia el Señor a quien no podía hacer com– pañía . Ya dijimos que tenía cierto ascendiente en el grupo. Las compa– ñeras aceptaban su liderazgo infantil porque tenía abundantes recur– sos para hacer los recreos muy divertidos. Entre los muchos juegos con que entretenían sus ratos de expan– sión había uno en que todas ponían a prueba su resistencia física. Tenían que cubrir una distancia dando saltos , utilizando una sola pierna. Era algo parecido al juego que en Castilla se llama la «pata coja» . La santa se las ingeniaba para que la meta estuviera siempre en la puerta de la capilla. Cuando habían llegado todas, proclamaba la vencedora y les invitaba a rezar un padrenuestro . Otras veces el alegre grupo se enfundaban en vestidos largos y chillones y se iban de paseo. Cuando pasaban delante del cemente– rio , la vivaracha y menuda princesita se erigía en predicador y decía a sus compañeras «Estos muertos un día vivían como noso– tros y ahora ellos ya son polvo. Nosotros también sere– mos un día como ellos. Si amamos a Dios no temeremos la muerte» . Y rezaban una oración por los difuntos 9 . Nuestra santa, ya en sus años infantiles, estaba también familiari– zada con la mortificación. Es interesante con qué naturalidad y disimu- 9 Las declaración de las Cuatro Doncellas 14. 34

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