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CAPÍTULO IV AMARGO TRASPLANTE Isabel inició su vida como inquilina del castillo de Wartburg en 1211. Las seculares y austeras estancias de esta fortaleza serían mudos testigos de casi toda su breve , fecunda y dramática existencia. Los primeros días fueron tristes y saturados de añoranza. Notaría en primer lugar las diferencias abismales entre una y otra residencia. Presburgo recostada en la margen izquierda del Danubio , goza de un entorno suave, luminoso y alegre, con vistas maravillosas sobre el río y unos campos que convierte la primavera en una orgía de colores. En cambio Wartburg, emerge su pesada silueta sobre el océano verde– oscuro de pinos y abetos y apenas recibe las caricias del sol aprisio– nado por un cielo tristón y desesperadamente opaco. Los cronistas como ya vimos, ponderan los festejos e intercambio de valiosos obsequios entre las dos casas reales. Omiten en cambio datos que para nosotros serían mucho más interesantes; por ejemplo ¿qué sentimientos agitaron el corazón infantil de Isabel en aquellos días que dieron a su existencia un brusco giro de ciento ochenta grados? No es fácil que abarcara las consecuencias personales que se deriva– rían de los tratos que los adultos habían hecho con su futuro, pero con toda seguridad acusó el trasplante forzoso. Le costaría muchos días de tristeza, de amargura y de lágrimas sentirse arrancada al cariño y a la presencia de unos padres que amaba entrañablemente. Luego los esfuerzos dolorosos de adaptación al nuevo hogar. A usos y costumbres completamente distintos de los suyos; el trato con 29

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