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Hoy con un mejor conocimiento de la sicología y los derechos inalienables de la persona humana, consideramos como algo sagrado e intangible la autonomía del individuo, sus sentimientos y la libre decisión cuando está en juego la propia vocación; como el matrimo– nio, el sacerdocio o la vida religiosa . En tiempos de nuestra santa y muchos siglos después se veía normal y legítimo supeditar las preferencias personales y los senti– mientos a los intereses de estado, de la dinastía o de la familia. Se fraguaban los compromisos matrimoniales a espaldas de los interesa– dos y en edades en que ni siquiera tenían capacidad para elegir. Eran usos y costumbres afortunadamente desaparecidos, al menos como norma , acaso no del todo en la práctica. Los matrimonios concerta– dos de esta forma tuvieron a veces resultado feliz, como el de santa Isabel según veremos, en cambio en otras ocasiones hicieron correr muchos ríos de lágrimas, destrozaron muchos corazones y frustraron muchas vidas. Para demostrar estas últimas afirmaciones tenemos también casos elocuentes en la familia de Isabel. Su tía Irene , dada en matrimonio al rey de Francia, Felipe Augusto, ha pasado a la historia por su extraordinaria hermosura y por su trágica infelicidad matrimonial. Cuando se divulgó la noticia de que se llevaban a su princesita , hubo una conmoción generalizada de tristeza. Todos estaban enca– riñados con ella, se había hecho extraordinariamente popular con sus gracias y su belleza. Para dar alguna satisfacción al pueblo y aliviar su pena, el rey Andrés promulgó tres días de festejos, juegos, bailes, música actuaciones de los trovadores ensalzando el amor caballeresco y las gestas de los héroes magiares . Llegó al fin el momento de la despedida. El rey Andrés teniendo a su derecha a la reina Gertrudis y visiblemente emocionado , estre– chó fuertemente contra su pecho y besó varias veces a su pequeña Isabel. Después envuelta en cobertor de seda se la entregó al señor de Varila mientras decía: «Confío a tu honor mi consolación supre– ma» a lo que el caballero contestó : «La tomo bajo mi custodia muy de mi agrado y la seré fiel hasta la muerte» El tiempo demostraría que estas palabras del caballero habían sido algo más que un cum– plido. 25

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