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CAPÍTULO XLII ACTUALIDAD DE SANTA ISABEL Cuando esta historia de santa Isabel toca a su fin, no me extra– ñaría que quedara flotando en algunos de mis lectores la sospecha o temor que podría formularse más o menos así: Santa Isabel fue una gran santa, muy solícita para sus devotos y de gran poder milagrero. Pero de todo eso no queda prácticamente nada. El príncipe Felipe profanó su sepulcro y fueron dispersadas sus reliquias; desde enton– ces quedaron suspendidas para siempre las peregrinaciones. La gran basílica de la santa se utiliza para celebrar cultos luteranos. ¿Hasta qué punto tiene hoy sentido fomentar la devoción y el culto a santa Isabel? No quitamos gravedad al comportamiento del príncipe. Tuvo un impacto demoledor en el culto floreciente de la santa. De manera especial fue salvaje e injusto para la gente sencilla. El contacto Sl la relación humana y religiosa con santa Isabel era para ella como una bocanada de aire fresco en medio de su triste estado de pobreza, enfermedades y marginación. No hay, sin embargo , que desorbitar las consecuencias de la autoritaria y sacrílega actuación del duque y su camarilla de fanáticos. Fue decisiva, mortal si se quiere, para la forma como entonces fun– cionaba el culto a santa Isabel, polarizado quizá excesivamente en Marburg y su basílica. La dispersión de sus restos, al menos indirec– tamente, contribuyó a universalizar su culto y devoción. 243

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