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manera irrespetuosa y burlona introducía los sagrados restos en una saca de arpillera 44 . Con las reliquias, se llevó el príncipe sacrílego la cq_rona de oro, regalo de Federico II el día de la canonización de santa Isabel y también un artístico cáliz de oro. No se $Upo más de las piezas artísticas. En cambio las reliquias pudieron recuperarse. La horrible profanación del sepulcro de nues– tra santa llegó a oídos del emperador Carlos V. Éste conminó al príncipe para que devolviera las reliquias a la basílica. A regañadien– tes , pero temeroso por otra parte de las iras del emperador, Felipe de Hesse , no tuvo más remedio que devolverlas. El comendador recibió las reliquias en el mismo saco donde fue– ron depositadas por el duque. Pero no volvieron a la arqueta por temor a nuevas profanaciones. Consultada la comunidad, Michling las repartió entre las familia\ católicas de total garantía. Con tal decisión, muy prudente en aquel momento, de los religio– sos teutónicos, las reliquias de la santa se encuentran hoy muy repar– tidas. Se sabe que poseen algunas: Besanc;:on, Viena, Colonia, Bru– selas, Bratislava, Colombia, Madrid y sobre todo Breslau, en la hermosa capilla que en 1680 hizo construir en honor de santa Isabel , Federico de Hesse, obispo de la ciudad y también descendiente de la santa. Especial interés ofrece la historia o paradero de la cabeza o cráneo de santa Isabel. Siete ciudades afirman estar en posesión de tan preciada reliquia. Según la documentación más fidedigna , este honor le corresponde a la colegiata de san Miguel y santa Gúdula en Bruselas. Isabel Clara Eugenia, gobernadora entonces de los Países Bajos , recibió la reliquia del príncipe Guillermo de Orange , y la princesa la entregó a la basílica. 44 Conde de Montalembert, o. c., 213 . 232
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