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C APÍTULO XXXIX MARBURG, CIUDAD DE SANTA ISABEL Hasta que santa Isabel decidió fijar su residencia en ella, Marburg era una pequeña y hermosa villa que se miraba coqueta en la trans– parentes y remansadas aguas del río Lahn. Un anfiteatro de verdes y caprichosas colinas protegen su clima contra los helados vientos de Centroeuropa y hacen de ella un enclave paradisíaco . Pero la ciudad del río Lahn no se dio a conocer por su carácter de rincón naturalmente privilegiado . Comenzó su andadura a la fama de la mano de nuestra santa. Primero se habló de Marburg en toda Turingia y condados vecinos por la heroica labor que en ella realiza– ba santa Isabel a favor de los pobres y enfermos. Probablemente en aquellos tiempos no existía en toda la Europa Central un estableci– miento sanitario como el hospital de san Francisco de Asís en Mar– burg, donde los menesterosos y enfermos, sobre todo enfermos ter– minales, fueran atendidos con tanto cariño y delicadeza. Si la santa duquesa de Turingia hizo famosa a Marburg por ha– berla hecho escenario de sus obras sorprendentes de caridad, los acontecimientos que se vivieron después de su muerte cambiaron para siempre el futuro de la pequeña villa. La pronta, continua y masiva afluencia de peregrinos arrastrados por la santidad y milagros de santa Isabel cambiaron totalmente la 219

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