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Conrado ignoró olímpicamente el carácter sagrado de la persona del arzobispo y su justa actuación. Lleno de ira y deseoso de vengan– za aprovechó una reunión de nobles, para abalanzarse sobre el pre– lado, le tiró al suelo y estaba dispuesto a coserle a puñaladas, de no haber intervenido los demás. No contento con esta acción brutal y sacrílega, arrasó con sus mesnadas, varios pueblos de las tierras del arzobispo; en Fritzlar, que opuso alguna resistencia; incendió todas sus casas, incluidos los monasterios y las iglesias. Estos sucesos lamentables ocurrieron en 1232 cuando los traba– jos para la canonización de Isabel, estaban totalmente paralizados. El Señor, pensamos que a instancias apremiantes de Isabel, aprovechó un suceso en apariencia intrascendente para cambiar el corazón de Conrado y dar a su vida un rumbo más constructivo. Meses después de la incursión vandálica en la persona y en las posesiones del arzobispo de Maguncia , Conrado se encontró con una joven «de la vida» . Esta le alargó la mano en actitud de pedirle una ayuda. El orgulloso caballero negó la limosna y además la echó en cara con una sarta de epítetos despectivos su vida escandalosa. La joven sin acusar el trato grosero e hipócrita de Conrado , se limitó a contestarle con toda sencillez: «Señor, lo hago para poder vivir, no por ganas ni deseos de ofender a Dios». La respuesta de la joven se clavó como un dardo envenenado en el alma de Conrado. Perdió la paz y el sueño. Constantemente le machacaba la cabeza la misma idea: «Esta mujer vive en la mi– seria moral, como ella ha dicho, para sobrevivir. En cambio, yo, joven y poderoso, abuso de la paciencia de Dios con una vida sometida al juego de mis caprichos y de mis pasiones». El pensamiento de que estaba provocando a Dios con su vida violenta y libertina se le hacía cada vez más desasosegador y conti– nuo . Por ello , en un momento casi de desesperación prometió al Señor cambiar de vida para recuperar la paz. Hizo un viaje a Roma, confesó con el Papa , le expuso con valiente sinceridad y claros signos de dolor y arrepentimiento lo que había sido su vida hasta entonces. Gregario IX le absolvió , pero con 208

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