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CAPÍTULO XXXVI MADRE EN EL CIELO COMO EN LA TIERRA Es significativo , conmovedor y gratificante comprobar que Isabel fue canonizada por el pueblo, por el clamor entusiasta y agradecido de las clases más humildes y marginadas de la sociedad; los pobres y enfermos beneficiarios y testigos privilegiados de su entrega heroi– ca, hecha de bondad sin límites y de ternura maternal, sobre todo los crucificados por las enfermedades más repugnantes. Con su instinto y elemental religiosidad, las gentes humildes te– nían muy claro que Isabel era una persona llena de Dios, que era toda de Dios y de los predilectos de Dios, los arrinconados de la sociedad. Ahora que ya estaba en el cielo y tenía más entrada ante el Señor, estaban seguros -concluían en buena lógica- que no les abandonaría. No busquemos otros justificantes más complicados al fenómeno asombroso , desencadenado a raíz de su muerte. Sencillamente Isabel no defraudó las expectativas de sus pobres. Primero los que habían sido objeto de su solicitud maternal en vida, luego de toda Turingia y más tarde de Alemania y Europa central, desfilaron por el sepulcro de la santa a quien se le escapaban a chorro los milagros y favores más espectaculares. Las visitas multitudinarias y las peregrinaciones a su sepulcro desde los rincones más apartados se sucedían sin interrupción. Y no 203
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