BCCCAP00000000000000000000457

bondadosa y angelical. Un biógrafo de la época, tuvo la fortuna de contemplarla en aquellos momentos y la describe así «tenía un rostro tan terso, vivo y bello que causaba especial emoción contemplar– /a. Como si la gracia , vida hasta entonces de su alma, tomara ahora de su cuenta, vivificar el cuerpo» 42 . La triste noticia de su muerte se divulgó rápidamente hasta los rincones más apartados de Turingia y estados limítrofes , por conduc– to sobre todo de los pobres, sus más aliados e incondicionales men– sajeros. Por la pequeña y silenciosa capilla del hospital, fueron des– filando y concentrándose una inmensa marea humana que esperaba hasta cinco horas para poder contemplar y hacer las primeras peti– ciones, regadas con sollozos y lágrimas, a la que hasta entonces había sido el refugio y el consuelo de todos los atribulados. Había gentes de todas las clases sociales, deseosas de contemplar por última vez a su antigua soberana, maravilla única de mujer, profundamente sensible a las necesidades de los hombres. Las gentes sencillas, los pobres y enfermos, pusieron en aquellas horas de tristeza general, la nota más impresionante y conmovedora en torno a los restos de la santa. Todos la contemplaban ensimisma– dos , con semblantes donde se reflejaba al mismo tiempo , el dolor, el amor, la gratitud y la veneración. Todos tenían sus historias y recuer– dos personales, todos habían sido protagonistas en algunos de los miles de casos y atenciones recibidos de la «amada santa Isabel», como empezaban ya a invocarla. Se recordaban anécdotas edifican– tes y sobre todo resaltaban emocionados y nostálgicos, su bondad, su sonrisa única y la actitud siempre paciente y acogedora con que repartía el cariño y la ternura con los enfermos y necesitados; su disposición abnegada para dispensar los más finos cuidados a enfer– mos difíciles o víctimas de enfermedades repugnantes. Es posible que algunos cortesanos del castillo de Wartburg , con– templando sorprendidos y extasiados el rostro angelical y plácido de su antigua soberana y la conmoción general provocada por su muer– te, reconocieran abochornados y quizá con bastantes remordimientos 42 P. Apolinar, 36. 200

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz