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Sólo cuando se ama fraternalmente a los pobres y además como en el caso de Isabel se comparte su misma vida de privaciones, ese mundo triste y misterioso abre totalmente las puertas con sus nece– sidades del cuerpo y del espíritu. Para realizar su plan Isabel organizó una concentración de pobres en Wherda, pueblo próximo a Marburg . Por medio de un bando dio publicidad a su idea en toda la comarca; en él se informaba del día , la hora , el motivo del encuentro; entregar a todos los necesitados una cantidad razonable de dinero . Las amplias y verdes campas que rodean el pueblecito, recibieron ese día la mayor concentración de pobres de la historia . Allí hubo tipos de pordioseros para todos los gustos. También estaban presen– tes algunos curiosos que no quisieron perderse el espectáculo. Gran conocedora de los pobres, vio necesario establecer algunas normas para prevenir abusos , altercados o comportamientos inco– rrectos. Confió el mantenimiento del orden a un grupo de fornidos jóvenes. Se anunció a la muchedumbre una serie de normas concre– tas para el buen funcionamiento del acto , entre ellas había una de especial rigor: el grupo encargado del mantenimiento del orden ra– paría el cabello a todo aquel o aquella que se presentara dos veces o se cambiara de fila . Varios mendigos perdieron sus greñas largas y lacias porque les tentó la avaricia e intentaron «colarse». Pero también fue víctima de las tijeras de los agentes del orden , la preciosa cabellera rubia de una joven llamada Hildegonda. La sorprendieron cambiándose de fila y sin atender a sus explicaciones recibió la sanción . Cuando Hildegonda se vio privada de la melena, fuente principal de su vanidad y presunción femenina , lloraba inconsolable. Movida por los sollozos y lamentos de la joven, acudió Isabel. Según la versión de Hildegonda parece que los encargados de mantener el orden se habían pasado un «pelín». Ella no había oído las normas y se cambió de fila para atender a una hermana enferma. Nuestra santa la consoló, estuvo hablando con ella un rato y entre otras cosas la pregunto: «Hildegonda, ¿nunca has pensado cansa- 188
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