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CAPÍTULO XXXIII LA FIESTA DE LOS POBRES Ni antes ni después de la reconciliación con su cuñada, Enrique vislumbró la talla gigantesca de la personalidad de Isabel, la riqueza de sus valores humanos y espirituales. Lo demostró en el informe facilitado a Pamias enviado especial del rey Andrés : «Mi hermana está loca , como es público y notorio». Hay que decir sin embargo en favor suyo que a raíz de la recon– ciliación respetó siempre a Isabel en público y en privado y fue coherente con los compromisos adquiridos hacia la cuñada. En su momento la hizo entrega de los quinientos marcos de plata prome– tidos para la instalación de Isabel en Marburg. La santa se encontró con esta cantidad en las manos sin una urgente necesidad. Se había instalado con muy pocos gastos en la casita adosada al hospital. Este se mantenía y funcionaba con sus rentas personales, y para los gastos del pequeño grupo les bastaba con el fruto del trabajo de sus manos. A Isabel se le ocurrió entonces una idea nacida al calor de su amor inabarcable a los necesitados. Organizaría lo que pasó a la historia como «La fiesta de los pobres»- Iniciativa muy criticada por los de siempre, por los que tenían satisfechas todas sus necesi– dades, por los que nunca se habían parado con actitud fraterna a pensar en las carencias de los menesterosos. 187
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