BCCCAP00000000000000000000457

ranza, y recuperaba la seguridad del favor del Señor y la certeza de que la había perdonado todos sus pecados. Con el alma llena de un gozo consolador, cayó de rodillas en presencia del religioso, dio gracias a Dios con los ojos cuajados de lágrimas y le pidió perdón por sus dudas. Merece resaltarse una faceta del mejor estilo franciscano en la oración de Isabel. A veces sentía necesidad de alabar al Señor con todas las criaturas, como le sucedía a san Francisco. Por este motivo abandonaba la ciudad y se refugiaba en el bello paraje situado en medio del bosque y al pie de una de las más altas montañas de Baviera. El lugar estaba próximo a un pueblecito llamado Sehrooch. Sentada al lado de una fuente de aguas limpias y transparentes, pasaba horas alabando al Señor con la hermana agua, las hermanas aves, el viento y las montañas. Con el tiempo se erigió allí una capilla y se rebautizó la fuente con el nombre de «fuente de Isabel», nombre que conservó mucho tiempo. Según la tradición muy extendida en la comarca, Isabel cubría el trayecto de cuatro kilómetros que dista la fuente de Marburg, recitan– do el padrenuestro y tenía suficiente con un solo padrenuestro. Los sacerdotes de la región recurrían al ejemplo de la santa cuando trataban de convencer a sus feligreses que debían recitar las oracio– nes despacio y tratando de empaparse de sus sentimientos. En el último año de su vida y según el testimonio de los íntimos, eran diarios los éxtasis y visiones con que la regalaba el Señor, aunque ella trataba de ocultar celosamente estos favores sobrenatu– rales. A veces sus esfuerzos resultaban insuficientes. El Maestro Conrado y sus colaboradoras incondicionales eran testigos con fre– cuencia de muchos de estos fenómenos místicos. Según testificaron en el proceso de canonización, en la última época, nada más termi– nar la oración había tanta luz deslumbrante en su rostro y tanta intensidad en los ojos que no podían resistir su mirada 39 . 39 «Sé de algunos religiosos y religiosas -afirma el Maestro Conrado en su carta al Papa- que, más de una vez, vieron cómo Isabel, al volver de sus ratos de oración, tenía el rostro resplandeciente de modo admirable y como si le salieran de los ojos unos rayos de luz». 185

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz