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para ella. En adelante no tendrían los pobres que subir la empinada y agotadora cuesta del castillo, visitaría ella sus hogares y así tendría mayor facilidad para conocer su situación y miseria. Ataviada con ropa muy sencilla, la santa bajaba con frecuencia a Eisenach y los villorrios que rodeaban la colina donde se levanta el castillo. Jamás omitió estas visitas por las inclemencias del tiempo tan frecuentes en Europa central. Entraba con toda naturalidad en las casas humildes, aguantando los ambientes cargados y mal olientes; se interesaba vivamente y compartía los problemas y los sufrimientos de las gentes, procuraba que se atendiera preferentemente a los niños y a las mujeres embarazadas próximas a dar a luz. A veces recibía las criaturas recién nacidas en sus brazos con visible ternura maternal y se ofrecía a ser madrina, para seguir luego de cerca su formación cristiana. Con la misma solicitud se interesaba y atendía a los mori– bundos. A través de este contacto diario y en su propio ambiente , Isabel fue conociendo los angustiosos problemas de sus gentes; la miseria en que habitualmente se movían , la falta de entrañas de muchos nobles que echaban sobre las frágiles espaldas de las gentes sencillas impuestos agobiantes, los atropellos que sufrían también por parte de los oficiales de la justicia nada imparciales en sus fallos etc. En la sobremesa con su esposo nunca había tiempo para el último chisme que circulaba por la corte. Lo empleaban íntegro en buscar soluciones a los muchos problemas que gravitaban sobre las machacadas espaldas de sus queridas y humildes gentes. La verdadera explosión de la caridad en la santa, el com– portamiento que permite valorar en toda su grandeza y pas– mo, la entrega a los necesitados, sobreviene, cuando, libera– da de todos los compromisos sociales en la corte de Turingia, establece en Marburg, su cuartel general de la caridad. Su humilde casita -como la de los más pobres de la ciudad– hecha de maderas y barro y el hospital de san Francisco, levantado también a sus expensas, son desde entonces potentes focos de irra– diación humanitaria, frecuentados diariamente por numerosos grupos 176
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