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tes, los ejemplos que pone el Señor, quizá porque reflejan con más fuerza el rostro del Verbo encarnado. Este breve análisis hace patente la profunda raíz evangé– lica de toda la obra asistencial y caritativa realizada por nuestra santa. En sus preferencias por las gentes más humildes y necesitadas, santa Isabel sigue dócilmente los pasos del padre san Francisco. El poverello manifestó siempre una especial ternura por los po– bres y por los más pobres de lo pobres: los leprosos. Los biógrafos son unánimes en afirmar que su primera conversión fue a los pobres y crucificados y desde ellos al Cristo pobre y crucificado . Siendo joven ya dio muestras de su misericordia para con ellos en la tienda de tejidos de su padre. Cuando aún vivía en el mundo «con mucha frecuencia se desprendía de sus ropas para vestir a los indigentes, a quienes si bien hasta entonces no se había hecho igual , lo era, no obstante, de todo corazón». Tras su conversión el pobre y Cristo pobre son para él una única pasión, «el ánimo de Francisco se conmovía a la vista de los pobres y a los que no podían atender con socorros se lo demostraba con afecto. Como se ve en san Francisco la ternura y la compasión están en la raíz de su forma profundamente humana y evangélica de rela– cionarse con las personas 36 . Por sus biógrafos, conocemos los primeros escarceos de Isabel , siendo aún niña, a favor de los marginados de todo tipo . Cocineros y reposteros del castillo la sorprendían con relativa frecuencia metida en la cocina o en los almacenes a donde se había colado sigilosamen– te para sacar algunos alimentos para sus pobres . Ella misma siendo ya algo mayor se admiraba de su atrevimiento cuando se trataba de hurtos caritativos . La pasión por ayudar a los necesitados adquirió más envergadura e importancia convertida ya en duquesa y señora del castillo. Poseía 36 Boff, L., San Francisco de Asís, 1982, 87 y ss. 174
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