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CAPÍTULO XXX LA SORPRESA DE UNA VISITA Isabel había conseguido al fin ver, en parte, realizados sus sueños: volcarse totalmente en sabrosa intimidad con Dios por medio de la oración, compartir la pobreza radical con los pobres y darse toda y desgastarse en beneficio de sus queridos menesterosos y enfermos, la parte doliente, marginada y más numerosa en la sociedad de la Edad Media. Algún tiempo después de su establecimiento en Marburg, recibió una visita inesperada: un mensajero especial de su padre el rey Andrés. Por informes de los húngaros que peregrinaban a los santua– rios del Rin, le llegaron noticias muy preocupantes sobre su hija . Coincidían todos en calificar su situación de indigna y dramática por la miseria en que vivía y los atropellos de que era víctima. Reunió a su consejo de estado y se tomó la decisión de enviar un mensajero encargado de comprobar lo que había de real en las noticias que llegaban de Turingia. Se encomendó esta misión, no exenta de hipotéticos riesgos a Pamias, hombre de la confianza del rey Andrés y sobresaliente por su habilidad diplomática. Pamias y su séquito se dirigieron en primer lugar a Wartburg. Nadie mejor que Enrique , regente del principado, para informar en qué situación vivía su cuñada Isabel. 165
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