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Desgraciadamente el Maestro Conrado, confesor de Isabel, frus– tró el esperanzador nacimiento, desarrollo y madurez de una Institu– ción muy beneficiosa para la Iglesia y la sociedad . Vivía obsesionado por ejercitar a su dirigida en acciones heroicas de renuncia. Se propuso arrancar del corazón de Isabel hasta la última fibra impregnada de afecto a una criatura. Pensamos que en esta sobrevaloración de la penitencia se dejaba influir por su carácter rígido y excesivamente austero y por las ideas ascético-místicas de la época. Conrado apartó primero de Isabel a todas las personas que en– tonces colaboraban en su obra y la habían conocido cuando era duquesa-consorte. Temía que el roce con antiguos servidores, trajera a la Santa algún recuerdo nostálgico de sus años de palacio . La tala de afectos en el corazón de Isabel, bajo la inflexible férula de su confesor, se aplicó luego a personas más íntimas, a jóvenes que habían sido compañeras de estudios y de infancia, entraron a su servicio como doncellas en los años de casada, la siguieron cuando tuvo que abandonar el castillo de Warburg y comieron con ella el pan del destierro y la miseria, y estaban entonces identificadas con su estilo de vida, su trabajo y su obra. Siempre y a lo largo de la vida fueron el mejor apoyo para Isabel en todos los sentidos. Conrado apartó primero del lado de Isabel a Isentrudis. Cronistas y biógrafos la presentan como una persona sencilla, espontánea , incondicional y admiradora de la santa. La convivencia ininterrumpi– da desde la infancia había creado entre ellas una identificación per– sonal bella y envidiable . También de ellas pudo decirse que «tenían un solo corazón y una sola alma». La separación impuesta por Con– rada produjo en Isabel un extraordinario sufrimiento, como si la hubiera arrancado una fibra del alma. Isentrudis recuerda el momento doloroso de Santa Isabel con estas palabras: «Hubo de resignarse -dice- a quedarse sin mí; está separación la dejó sumida en terrible angustia y amargas lágrimas». Después tocó el turno a Gutta. Había convivido también con la santa desde que ésta se incorporó a la corte de Wartburg. En Gutta 162

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