BCCCAP00000000000000000000457

pontáneo la respondió: «por ahí no os cogerá el demonio y ahora ven a sentarte en mi regazo" y diciendo y haciendo la cogió por el brazo y la sentó en sus rodillas 31 . Su espíritu de sacrificio a favor de las compañeras se manifestaba a veces en detalles y trucos encantadores. Todas sabían que el tra– bajo más fuerte en el servicio de los enfermos caía sobre sus espal– das. Sin embargo cuando la jornada había sido especialmente ago– tadora para todas, después de comer o en las primeras horas de la mañana encomendaba a sus compañeras cualquier recado fuera de casa, mientras ella fregaba la vajilla, limpiaba la cocina o si se trataba de las primeras horas de la mañana, arreglaba y limpiaba la casa antes de ir con todas a las tareas habituales. Aparte de la eficacia de su ejemplo, Isabel no descuidaba la formación humana y religiosa de su grupo. A las que procedían del campo y faltaba cierta preparación para las relaciones humanas, enseñaba a tratarse entre sí y con los enfermos. Para iniciarlas en el amor evangélico a los enfermos solía decirles: «Somos dichosas, porque atendemos en la persona de los enfermos, a la misma persona de nuestro Señor» . Tampoco necesitaba animarlas a que hicieran oración . Les bas– taba su ejemplo. Después de jornadas duras en el hospital atendiendo a los enfermos, se pasaba muchas horas en la capilla. No debe extrañarnos que en el grupo de sus seguidoras surgieran a veces tensiones provocadas por los nervios, por deficiencia de carácter no suficientemente dominado . Hay que tener en cuenta que las compañeras de Isabel no eran santas, querían serlo. Nuestra santa sin perder la serenidad, pero un tanto seria paraba el altercado con estas palabras. «Bueno ¿y dónde está ahora Nuestro Señor?". Las protagonistas se pedían perdón y terminaba la tormenta. Con el tacto , delicadeza y estímulo de su ejemplo, Isabel hubiera dejado a su muerte un grupo espiritual y humanamente preparado para seguir su espíritu y su obra. 31 !bid., 51-57. 161