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sas por tratarse de la madre de la niña, pidieron al maestro Conrado que la dejara entrar en clausura. Éste, se limitó a decir: «Que entre, si quiere)). Isabel interpretó la frase en su sentido obvio y literal, como una autorización. Nada más entrar las mandó llamar y sin explicación alguna orde– nó a un monje, acompañante y forzudo, que propinara a Isabel y a su acompañante, quince golpes con un palo largo y fuerte , mientras él, Conrado, rezaba el salmo «Miserere». Estas y otras muchas actuaciones similares del maestro Conrado, faltas de una elemental delicadeza y consideración a la edad, sexo y rango social de su penitenta, jamás provocaron en nuestra Santa, el más leve gesto de disgusto. Al contrario , miraba las frecuentes humi– llaciones a que la sometía Conrado, como preciosas oportunidades para robustecer su fidelidad a Dios. Y no hacemos presunciones gratuitas. Pocos días después de lo sucedido en el monasterio de Althem– berg, comentaba la santa el caso con su fiel colaboradora y amiga Inmingarda, también víctima del vapuleo , Ésta parece que no estaba muy conforme con los métodos ascéticos del maestro Conrado. Isa– bel trató de convencerla con esta reflexión: «Hay que llevar con paciencia tales castigos, Inmngarda. En esto, nos sucede como las cañas a la orilla del río, cuando este se desborda, las aplasta violentamente contra el suelo, pero una vez que el río vuelve a su cauce se enderezan con más vigor y lozanía)) . Esta vez, es posible, que Isabel no convenciera del todo a su amiga Inmingarda 30 . 30 !bid. , 49. 158

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