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En los tres años últimos de su vida, Isabel llegó en el desprendi– miento interno a grados heroicos, realmente sorprendentes . Lo de– mostró sobre todo en la sumisión incondicional a su confesor el maestro Conrado . Era éste, clérigo representante de la Santa Sede en Alemania central, como comisario de la Inquisición 29 . Acostumbrado a las órdenes severas y muchas veces inhumanas con los sospechosos de herejía, sometió a nuestra santa a una direc– ción espiritual autoritaria y brutal, donde abundaron los insultos, las órdenes arbitrarias y los castigos físicos asombrosamente humillantes . Conrado , a veces, debió frenar el amor y la entrega de Isabel a sus enfermos, arrastrada por su total disponibilidad. Había que evitar su agotamiento prematuro y el peligro de posibles contagios. Pero son muy discutibles algunas reacciones ante la menor infracción de su dirigida. A veces por haber llegado tarde a sus sermones, recibió humillantes bofetadas. En otras ocasiones impuso a la santa renuncias muy discutibles, por ejemplo, la separación de personas con las que cultivaba alguna amistad, sobre todo de sus colaboradoras íntimas, amigas de la infan– cia, totalmente identificada con su obra y su ideal de entrega a Dios y a los pobres de Dios, y que podían haber continuado la obra después de su muerte . De este caso hablamos ampliamente en otra parte de nuestra biografía. Para terminar, aducimos un caso que evidencia sin ambigüedades el carácter excesivamente severo del Maestro Conrado y la perfecta sumisión interior, con que encajaba Isabel los palos de su confesor y hablamos de palos en sentido real. De este caso fue testigo y también víctima Inmingardá. Más tarde lo aportó al proceso de ca– nonización. Un día fueron las dos , Inmingarda e Isabel a visitar a su hija Beatriz que se educaba en el monasterio de Althemberg. Las religio- 29 Las declaraciones de las Cuatro Doncellas 46 . 157
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