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CAPÍTULO XXVII NACE LA TERCERA ORDEN REGULAR El regreso de Isabel al castillo de Wartburg provocó cierta expec– tación y en algunos, nerviosismo . Los que más habían llamado la atención por su animosidad contra la duquesa viuda, temieron revan– chas, o al menos ciertas miradas duras y reprobatorias. También en esto se equivocaron, como se habían equivocado a la hora de enjui– ciar y valorar su estilo de vida. Ella estaba y se movía por encima de las miserias humanas que esclavizan a la mayoría de los mortales. Las relaciones con su cuñado fueron , en esta época, buenas y consecuentes con los compromisos adquiridos por este en el acto de reconciliación. Respetó su persona e Isabel gozó de plena autonomía en las iniciativas. Repartía su tiempo , libre de representaciones ofi– ciales, entre la educación de los hijos, las prácticas religiosas y la atención a los pobres. Los habitantes de Eisenach volvieron a ver a Isabel, sorprendidos y algunos abochornados , circular por sus calles y entrar en las casas de los pobres y enfermos. Algún tiempo después de haber sido repuesta en su categoría y en sus funciones de duquesa madre, la santa empezó a sentir cierto vacío e insatisfacción. Con las últimas experiencias amargas había madurado mucho su personalidad humana y su fe . Por este motivo la insustancial vida de la corte, le parecía cada vez más insoportable. 147
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