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CAPÍTULO XXI EN LA CRESTA DE LAS AMBICIONES Los negros presentimientos de Isabel, sobre lo que sería su vida sin la presencia y protección del marido, se cumplieron con escalo– friante puntualidad. No se tuvo el más elemental respeto humanitario con su debilidad, su dolor o su desgracia. Desde que se hizo pública la muerte de Luis, daba la impresión de que , en el castillo de War– tburg , habían dado suelta a todos los demonios, especialmente el de la ambición . Estaba legalmente muy claro, a quién correspondía la sucesión en el trono de Turingia. No había más que un heredero legítimo , Her– man, el hijo mayor de Luis e Isabel. Como era todavía un niño , sólo tenía cuatro años , correspondía asumir la regencia a la duquesa madre, es decir, a Isabel hasta la mayoría de edad del príncipe heredero. Así había ocurrido en la muerte de Herman, padre de Luis; regentó el principado Sofía, la duquesa madre , hasta la mayoría de edad de su hijo. Sin embargo Enrique, hermano de Luis, ·que había regentado el país en su ausencia cegado por la ambición , quiso a toda costa perpetuarse en el poder. Hizo caso omiso de los derechos indiscu– tibles de su sobrino y de su cuñada . Quebrantó sin escrúpulo el juramento que había hecho a su hermano de proteger y defender las personas y los derechos de Isabel y de sus hijos. Para satisfacer su 119

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