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en este momento en que acaba de morir lo que más amaba en el mundo, el apoyo irremplazable de mi debilidad» . Y volvió a hun– dirse de nuevo en el silencio. De repente como impulsada por la fuerza del dolor, se puso de pie y empezó a dar pasos nerviosos por la habitación como sonám– bula, como si no fuera capaz de creer lo que acababan de comuni– carle sobre su marido y repetía entre sollozos: ,,¡Ha muerto ... ha muerto!». La duquesa Sofía y los caballeros trataron de consolarla con palabras cariñosas y prometiéndola todo su apoyo. Al fin volvió a sentarse, pero continuó hablando sola, ajena a cuantas personas le rodeaban: «Ya lo perdí todo --<lecía- querido Luís, amado de mi corazón ¿qué haré yo sin ti? Pobre viuda, la más infeliz y desgra– ciada de todas las mujeres. ¡Jesús mío, Tú sólo puedes dar la fortaleza que necesita esta frágil e infortunada mujer» 20 . Cuando se tiene en cuenta las especiales circunstancias que se dan en la vida de Isabel, se comprende fácilmente el impacto demo– ledor que tuvo en su corazón la noticia de la muerte de Luis . La pérdida del esposo a quien ama de verdad, es para toda mujer una de las mayores desgracias humanas. Con él ha compartido los mejores y más íntimos momentos de la vida; en adelante se sentirá sola en la educación de los hijos que acusarán siempre la falta del padre ; él traía el pan para todos y para todos era refugio y protec– ción. Isabel perdió con la muerte de Luis el mejor de los esposos. Basta recordar la compenetración amorosa en los pocos años que vivieron juntos. Pero además con la desaparición de Luis, Isabel quedó privada para siempre de protección , frente a las enormes dificultades de convivencia que soportaba en la corte de Turingia . Los chismosos de la corte , los que se dedicaban a crearla un ambiente de antipatía , 20 Las declaracion es de las Cuatro Doncellas 38-41. 116
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