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La profunda tristeza en que les sepultó la noticia, no fue obstá– culo para que pensaran en Isabel. Los tres fueron unánimes; su extrema debilidad desaconsejaba comunicar la noticia de impacto tan doloroso . Acordaron diferir la conversación hasta el momento que juzgaran más adecuado. Cuando vieron a Isabel un poco repuesta de su maternidad y después de estudiar cuidadosamente la forma más delicada de actuar, la duquesa Sofía y los caballeros se personaron en sus habitaciones. La Santa experimentó gran emoción ante la presencia de los caballeros, sobre todo la del señor de Varila con el que tenía gran confianza. Pero en su corazón se mezclaban en aquellos momentos el gozo y la preocupación, por no decir sobresalto. Su intuición de mujer creyó ver en los rostros de los caballeros ciertas sombras de tristeza. En nombre de todos habló la duquesa Madre. «Tened valor, hija mía, y aceptar las cosas que han sucedido a tu marido, con el espíritu con que él las aceptó» . Aunque visiblemente preocupada y nerviosa Isabel no captó el alcance de las palabras de su madre política, pensó que le hablaba de que su marido había caído prisionero . Por eso respondió en esa dirección: «Si mi marido está prisionero, con la ayuda de Dios y de nuestros amigos conseguiremos librarle . Si es necesario mi padre puede echarnos una mano».' La duquesa Sofía viendo que Isabel no había comprendido todo el significado de sus palabras le habló con toda claridad: «Hija mía, lo sucedido a Luis es más trágico y doloroso que la prisión. Tomad el anillo que él os envía, para nuestra desdicha Luis ha muerto». La primera reacción de Isabel ante el anuncio de la muerte de su marido fue el silencio. Un silencio impuesto por el mazazo doloroso mezcla de tristeza y angustia que recibió su corazón y se reflejaba en la palidez del rostro. Luego dejó caer pesadamente las manos sobre el regazo y empezó a murmurar entre sollozos: «¡Dios mío ayúdame! Me siento débil, esta prueba es demasiado fuerte, dame fuerzas 115