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Quizá la demora en aplicar a tiempo los remedios adecuados fue causa de que luego sobreviniera lo irreparable. A los tres días de navegación el emperador y comandante en jefe de la flota dio la orden de atracar en el puerto de Otranto . Federico 11 esperaba en este puerto a la emperatriz Yolanda. Habían acordado tener allí su último encuentro antes de que los cruzados pusieran rumbo ya directo a Palestina. El emperador pidió a Luis que desembarcara con él. Conocía a la Emperatriz y aprovechó para despedirse de ella. Fue su último acto social. De regreso a bordo solo pudo arrastrase hasta el lecho de donde ya no se levantaría. Luis informó con todo detalle de la situación en que se encontra– ba al señor de Varila. Éste llamó urgentemente al médico de la expedición. Después de exhaustivo reconocimiento y, visiblemente preocupado, se limitó a decir: «Está muy avanzada la enfermedad. Me temo que no hay posibilidades de que supere la fiebre» Des– graciadamente el diagnóstico se cumplió. Todos los remedios aplica– dos resultaron inútiles. La fiebre se mantenía muy alta y en ascenso provocando a veces estados de delirio en el enfermo . Luis era totalmente consciente del gravísimo estado en que se encontraba. Había momentos en que sin poderlo evitar, invadía su alma una amarga tristeza; pensaba en la soledad de su entrañable Isabel , la orfandad de sus hijos , sus veintisiete años y el montón de proyectos a favor de su país que ya no podría realizar . Pero el duque era profundamente cristiano. Siempre había actua– do bajo los dictados de su conciencia y alimentaba la esperanza de que el Señor le ayudaría en aquellos momentos difíciles, para que no se hundiera en la desesperación. Y el Señor no defraudó su confian– za. Vino en su ayuda en forma de sorprendente fortaleza para enca– jar y afrontar el último y más difícil capítulo de la vida . Bertoldo su capellán, biógrafo y acompañante asiduo del príncipe en aquellas horas, nos dice « que jamás, en ningún momento, descubrió en el rostro de Luis o en sus palabras el menor signo de queja o des– esperación». 110
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