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Como capellanes y responsables de la atención religiosa acompa– ñaba al ejército cruzado, un equipo de cinco sacerdotes, religiosos , coordinados por el P. Bertoldo, capellán personal de Luis, autor de una biografía sobre el duque . A él debemos datos valiosísimos y de primera mano , sobre sus últimos días . Las primeras jornadas de marcha fueron especialmente duras. Debieron atravesar los Alpes del Tiro! por sendas y trochas relativa– mente accesibles a una persona o dos caballos; resultaban en cambio difíciles y agotadoras para los hombres de Luis, cargados con el bagaje militar y de intendencia calculado para el tiempo que duraría la expedición. Afortunadamente hicieron esta travesía en julio, cuan– do las cañadas de los Alpes carecían de nieve y eran tolerables las temperaturas. Después de molestas jornadas subiendo y bajando puertos de montaña el ejército de los cruzados alcanzaron las verdes praderas del Po en el norte de Italia. No se cansaban de admirar los paisajes mediterráneos bañados por una luz intensa que daba otro colorido a las cosas, admiraban el cielo intensamente azul y siempre limpio y sobre todo el talante de las gentes alegres, comunicativas y hospita– larias , tan distintas del centroeuropeo más adusto y de pocas pala– bras. A medida que se desplazaban hacia el sur, la marcha se les hacia especialmente molesta. No estaban acostumbrados a las altas tempe– raturas del mediterráneo y sobre todo a las de julio en Italia donde el calor es achicharrante y además húmedo . Por fin, Luis y sus hombres llegaron a Troya, donde ya les espe– raba Federico II y el resto de los cruzados. El encuentro se produjo exactamente el veintitrés de julio de mil doscientos veintisiete. Los expedicionarios de Turingia se dedicaron inmediatamente a levantar sus tiendas en la parte que tenían reser– vada en la acampada general. Luis aprovechó el día siguiente para hacer su primera visita al emperador Federico 11. Ya se conocían y existía entre ellos una 106