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Cuando llegó la noche , Esmalkalda era insuficiente para cobijar a tantos miles de personas. Todo sin embargo estaba previsto. En las praderas que rodeaban la población se armaron multitud de tiendas donde pudieron albergarse todos los forasteros. De noche las densas tinieblas hacían más impresionante el espectáculo ; Esmalkalda apa– recía coronada por miles de hogueras como si se tratara de una celebración fantástica de la noche de san Juan. La realidad era mucho más utilitaria. Se habían encendido las fogatas a las puertas de las tiendas para que los cruzados y sus familiares pudieran soportar el duro relente de la noche. Con las primeras luces del día de san Juan , las calles de Esmalkal– da volvieron a convertirse en hervidero de gente . Muy pronto el agudo sonido de las trompetas militares rasgaron los aires. Era la orden de partida. Se hicieron más atronadoras las voces de la mul– titud; esposas , padres, familiares, todos se abrazaban y colgaban del cuello de los cruzados entre sollozos y gestos dolorosos de despedida . En los rostros de los que se iban y de los que se quedaban había claras muestras de ansiedad. Nadie tenía seguro el reencuentro . Por eso los besos y abrazos eran más fuertes, más largos, más tristes y más angustiosos. También para Luis e Isabel llegó el momento más amargo y temido. El landgrave empezó la despedida por sus hermanos Enrique y Conrado. Encomendó por última vez a su custodia y protección, las personas de Isabel y sus dos hijos. Lo mismo hizo con Inés su her– mana y su madre Sofía. Cuando se despidió de sus dos hijos las compuertas de su emoción estaban ya próximas al desbordamiento ; les cubrió de besos, pegó a su rostro las caritas llorosas y asustadas y les entregó a Isabel. Ésta no se resignó a despedirse en Esmalkalda . Había mandado preparar su caballo y siguió al esposo hasta la frontera. Isabel caminaba al lado de Luis, en silencio , sumergida en sus pensamientos y ajena al estruendo de las armaduras, los trotes de los caballos, los gritos desgarradores de los familiares de los expedicio– narios o las músicas vibrantes de los himnos religioso-militares alusi– vos a la cruzada. 102

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