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de un subjetivismo desatado, en el punto crítico en que éste desenfreno ha caído o amenaza caer en la tiránica sujeción de «las masas», junto con la autonomía sin freno de los dictado– res. El hombre de nuestros días necesita sujeción, la guía ordenada y segura de los dogmas objetivos, a Jos cuales están ligadas la ley de la verdad y del amor, dentro de la ley de la forma. y porque ha sido o está siendo pervertida hasta. el último extremo (en las masas humanas regidas por los gobiernos tota– litarios) por eso necesita el hombre actual, con no menos ur– gencia, la libertad. Sí, a fin de que la experiencia de los siglos, en la que el sujeto buscó su libertad, quede satisfecha y se pueda llegar a superar la fuerza demoníaca de las masas, se necesita una libertad radical, casi revolucionaria. Abunda por todas partes una objetividad simplista, pero carece totalmente de efectividad. Sin embargo, la síntesis de ambos elementos -sujeción y libertad- no es frecuente. Francisco la logró en forma gran– diosa e inagotable : Dios es su único vivir. Y, ¡ con qué hondura y hasta qué profundidad! Y, con todo, la más completa suje– ción a la Jerarquía. 125. En su actitud de entrega incondicional y sin distingos, atribuía Francisco a cada palabra y a cada frase un significado único. Por eso exigía a los frailes que entendiesen la- Regla y el Testamento pura y simplemente, tal como suenan las pala– bras; y no deberían añadir ninguna declaración para deter– minar así o así se han de entender. Con esto no cae Francisco en un literalismo muerto, como piensa NIGG (Grosse Heilige, Zürich, pp. 72-73); como tampoco su obediencia de cadáver aniquila la libertad (ibid.). Es precisamente su fe en el Espíritu la que le permite hablar así. En aquel Espíritu que formó el lenguaje del EvangeUo. 126. Leyenda de los Tres Compañeros, XIV, p. 81. A todo el que estaba lleno del Espíritu de Dios y poseía suficiente elo– cuencia, fuese clérigo o lego, le daba Francisco permiso para predicar. Ya se dijo antes que esta opinión del santo nada tiene que ver con cualquier clase de anticlericalismo. como es obvio tampoco es dificultad lo que dicen Los Tres Compañeros, XXI, p. 73 : «Que Francisco y sus once compañe– ros recibieron la tonsura clerical. Concuerda con el hecho de que Francisco no era teólogo. La piedad entonces en uso había sido, en lo esencial, creación de teólogos y fruto de la reflexión especulativa; y esto aún en el caso de un genio religioso como san Bernardo, que no había sido nada favorable a la ciencia teológica. 127. No podemos tratar expresamente de lo que Francisco, como «amante de la unidad» [1 Celano E19 (X, 95 ss.)] podría significar (teniendo en cuenta su actitud a-teológica) como ejem– plar de una labor fructuosa dentro del Movimiento Ecuménico. Francisco es también un santo para los cristianos evangélicos. Y puesto que ellos le reconocen como íntegramente católico, 90

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