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religioso y ascético; y aprender de ella a realizar la li– bertad en la sujeción, la libertad dentro de la fiel obe– diencia a la Iglesia m. 3.-De nada está más necesitada que de autenticidad esta generación, tan propensa a todas las formas y va– riedades de la superficialidad, a lo rápido, mudable, momentáneo, instintivo. Si entendemos la autenticidad como seriedad, como renuncia a la falta de objetividad, como un estar orjen– tado hacia las cosas en vez del propio yo; orientado hacia la verdad, hacia el servicio, entonces los santos están en la cumbre del genio. Porque, el único que po– dría comparárseles por la seriedad de sus afanes, por la dureza de la lucha, es el artista que crea lleno de dolor. Pero, aún en éste, nunca queda superada del todo (o al menos no necesariamente) la complacencia en la mag– nífica obra creada. Ni siquiera en Miguel Angel. Aún entre los santos se dan, sin duda, grados en esta superación. En la escala del valor subjetivo, en la mayor o menor gracia delante de Dios, no puede ningún hombre penetrar. Pero, podemos nosotros describir, hasta cierto punto, los hechos objetivos. Y así como hay grados en la influencia histórica y nosotros los podemos consta– tar, así tambiép entre los santos hay grados en lo que podemos llamar "autenticidad". Esta es tanto más gran– de cuanto más gigantescas son las fuerzas que ejercen su presión sobre un solo punto (ya hablamos más arriba de la unidad en la sencillez, páginas 52-53) y cuando tales fuerzas se manifiestan y obran en forma menos compli– cada y más inmediata. Y, ¿dónde encontrar un santo que, bajo este aspecto, supere a Francisco? Cuando piensa y obra está todo su ser en el pensamiento y en la acción. Sólo autenticidad hay en él. Y, ¡ cuánto ayuda al hombre del siglo 20 el poder revivir todo esto ! 80

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