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una inteligencia tan robusta que hubiese sido capaz de captar el asombroso y "absoluto" impulso hacia Dios y de apartamiento del mundo -tal como Francisco lo vivió-,, y darle una formulación teorética, sin el peligro que continuamente acecha al pensamiento de caer en arriesgadas visiones unilaterales. La grandiosa y magnífica unilateralidad del amor di– vino y el completo desprecio del cuerpo; la poca esti– mación práctica de la ciencia eclesiástica y de sus ense– ñanzas jurídicas; rtodo esto pudo mantenerse dentro de la pura ortodoxia católica, gracias, sin duda, a que era una mente inmediatamente dirigida por Dios, ajena a las abstracciones y reflexiones, que no establece ninguna tesis en sentido exclusivista y aislado. Esta postura es la que también encontramos realizada respecto a la conciencia del pecado en Francisco y que tiene importancia en relación, por ejemplo, con Lutero. Ya vimos cuán consciente era Francisco de ser pe– cador y de encontrarse deficiente ante la Santidad de Dios, cómo él confiaba únicamente en Dios. Sus propias palabras y obras lo demuestran, así como el juicio de Celano y de los "Tres Compañeros". Con grande ardor ansiaba él saberse seguro de su salvación en Dios. U na parte de la quietud interior lograda en su conversión, brota de aquí, de esta conciencia del pecado y de la necesi'.dad urgente de esconderse en las manos bondado– sas de Djos. Pero, precisamente este "estar escondido en Dios", se realiza en él según la palabra de la Escritura, y según la acción amorosa de Dios, en forma sobreabundante y del todo natural. Y así, la conciencia del pecado no le plantea a él un problema teórico y abstracto, sino un problema de ser. Para dicha suya Francisco no era un teólogo. Así pudo mantenerse -inquebrantable la conciencia del pecado y, a pesar de ello, verse libre de caer -siguiendo una orientación subjetivista-, en una visión unilateral y esrtrecha de la realidad. 77

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