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pensador abstracto. Para él todo era amor, jncluso el conocer. Por eso podemos quedamos con la afirmación de que en Francisco casi todo era resultado de un con– tacto inmediato con la realidad. Su modo innato de conocer y de decir era la sencillez : las palabras tienen un sentido tan sólo, que se podría tocar con las manos. Cierto, se toca un misterio inson– dable; pero, basta tener un alma sencilla, la sencillez de un hijo de Dios, para captar su recto sentido, todas sus riquezas. La predicación de la Iglesia católica, desde los tiem– pos de Tertuliano, Orígenes y Agustín, era una especie de explicación teológica sobre los escritos de Pablo y de Juan. Pero, a Francisco le fue dado volver a enlazar, ir a nutrir su predicación, allí donde no hay ninguna o casi ninguna reflexión: en los Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas. Es decir, allí donde se narran clara y llanamente las obras y palabras del Señor. Francisco no vive de Pablo, sino de los Evangelios sinópticos. Esto es extra– ordinariamente importante. Y merece que reflexionemos sobre ello. ¿ Qué hubiera sucedido si este modo de predicar hubiese entrado con mucha más fuerza aún en la corriente general del des– arrollo de la Iglesia? Vale la pena preguntarse si nosotros no podríamos hoy aprender algo de este modo ingenuo, espontáneo, de recibir y de propagar la Revelación. Porque Francisco no vivía al lado de la Iglesia, vivía en la Iglesia y plena– mente sujeto a ella. Repartió pródigamente las riquezas que se le habían confiado. Hay una teología sjn silogismos; pero, que no se opone a la teología de los silogismos. La significación de esta ausencia de teología es muy profunda. El que Francisco no fuera teólogo, tal vez haya sido para él la salvación. Salvación de toda postura uni– lateral, que conduce al error. Es casi imposible concebir 76

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