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cuando habla con ellos como si le entendiesen; cuando siente compasión por el gusano y el corderito -como si viese ante sí a Jesús crucificado- entonces, ante su humilde sencillez, pierde todo ello ese aspecto de cho– cante, que podría resultar enojoso para el hombre profano. Francisco se sentía hijo de Dios. Y, en tal medida, que la conciencia de estar redimido irrumpía por todas partes a través de su pobre carne. Y por eso habla el corazón de este hijo de Dios al corazón de todas las creaturas: "Por un privilegio especial, que a los demás se les ha negado, penetraba su corazón los secretos de ellos, como si él -libre del cuerpo-, gozase ya en la gloria la plena libertad de los hijos de Dios" 121, 16 Contacto sencillo e inmediato con el Evangelio Como predicador, como guía de almas y como supe– rior de los frailes tenía Francisco la misión de explicarse a sí mismo y a sus Hermanos el contenido de la revela– ción. Continuamente y con toda atención escuchaba él la voz de su celestial Señor, para saber con exactitud qué es lo que significaban y exigían sus palabras. Una frase como la que da ,comienzo a su Testamento es, sin duda alguna, el resultado de tales reflexiones. En ella está, como ,condensado, el conjunto de los conocimientos a que había llegado Francisco en sus meditaciones. Ella expresa lo que Francisco había conocido como esencia del Cristianismo. Desde San Pablo y San Juan sabemos perfectamente cuán ,cerca se hallan la palabra de Dios y la reflexión teológica sobre esa misma palabra. Además, Francisco era hijo del siglo 13, tan entregado a la alegría de pensar. Pero, según hemos dicho, Francisco era un hombre sin formación científica, era un iletrado. No era un 75

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