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aunque se presentase como increíble. No sabemos en realidad lo que pasó cuando Francisco se llegó por pri– mera vez ante Inocencia IU. Seguro que la Curja no dejó de oponer dificultades. Pero, es inverosímil que el gran Papa le dijera, en tono de burla, que su Regla era más propia para cerdos que para hombres; que haría bien en buscar cerdos y revolcarse con ellos en el fango. Esto, como decimos, es del todo inverosímil. Pero, lo que dice más adelante esta leyenda contiene una ver– dad de nivel más elevado. Sigue diciendo la narración: Francisco tomó al pie de la letra lo que había oído y lo puso en práctica. Y luego volvió a presencia del Papa y dijo con toda sencillez: Señor Papa, he cumplido vues– tros deseos. Ahora haced Vos mi voluntad y confirmadme la Regla" m. Nos encontramos ante uno de los componentes esen– ciales de la personalidad del Santo: su asombrosa sen– cillez, su manera de obrar tajante e incondicional, capaz de impresionar todavía al hombre de nuestros días. 15 Amor de Francisco a l«,s creaturas Partiendo de esta sencillez y espontaneidad franca– mente incomprensibles para nosotros, podríamos, tal vez, lograr entender mejor su tan decantada -,-pero, muchas veces mal entendida- actitud frente a la creación; para con las hermanas plantas y los hermanos animales, de modo que tal actitud sea algo más que una simpática singularidad. Hay escenas y frases en la vida del Santo en las cua– les su natural sentimiento de vinculación a las creaturas de Dios encuentra una expresión espontánea, conmove– dora, fácilmente comprensible. La grandiosa escena de despedida del Alvernia, tal como se conserva en un apéndice de la "Leyenda de los Tres Compañeros", no '73

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