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por qué Francisco debió de sentirse dentro de estas fórmulas y debido a ellas, en una atmósfera de dolorosa discrepancia. El pensamiento abstracto, en su propio lenguaje, lla– maría sin reparos a Francisco hombre "ignorante", incul– to, iletrado. Porque Francisco piensa, ordena y educa según categorías personales, no según esquemas de cosas. Por eso, hay en él un mínimum de prescripciones de detalle, un mínimum de organización. Su <ideal es la vida de penitencia, según el Evangelio y esta vida es su Regla. Ambas· palabras son equivalentes, ambas cons– tituyen para él una misma realidad. No es algo accesorio el hecho de que Francisco rehuse con tanta energía aceptar la Regla de San Bernardo, o de San Agustín. Se hubiera traicionado a sí mismo m. Un único mandamiento : el del amor, expresado y comunicado por medio del ejemplo atrayente de una vida personal, reproducción ella misma de Cristo cruci– ficado : tal hubiera sido el ideal de Francisco; el ir formando personalmente en él a su Fraternidad, que cre– cía hasta agrupar miles de hombres; en libre juego de fuerzas dejándose guiar día a día por la bondadosa pro– videncia de Dios y por sus "revelaciones". Sólo la fuerza de las circunstancias, como se trasluce en la Regla defi– nitiva, obliga a posponer lo personal y dar más amplia entrada a lo jurídico y normativo 116, Pero, aún la Regla, ¿qué es lo que tiene de "Regla", en el sentido riguroso de la palabra y si se la compara con otras Reglas? La vida evangélica, es decir, la vida según las palabras del Evangelio, que tienen validez para todas las circunstancias y que no quiere ser un reino ele este mundo: tal era su aspiracjón. Y esto le parece que puede expresarse en unas pocas frases. Y estas pa– labras vivientes del Evangelio, deberían bastar para for– mar a todos y totalmente. No se han entendido, o mejor dicho, no se han cum– plido plenamente las exjgencias de inmediatez de Fran- 71

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