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quitado de las manos mi Orden y mis frailes... para perdición de algunos de ellos!" s6. En la boca del suave y humilde Francisco estas pa– labras son algo inaudito. Sólo pudo arrancárselas un auténtico martirio espiritual. Francisco vio con mucha claridad cómo iban las co– sas en la Iglesia de su tiempo s1. Nosotros tenemos pleno derecho a rechazar como muy exagerado el duro juicio· de Celano sobre la completa falta de energía y luz en la Cristiandad de entonces 88, Pero, encierra su parte de verdad. Francisco mismo nos ofrece la prueba. Habla con inusitada reverencia sobre los sacerdotes, los únicos que hacen visible en este mun– do al Hijo del Altísimo mediante la consagración; que le llevan ·en sus manos y le dan a los demás. También reconoce de obra y de palabra a los sacerdotes católicos como a sus señores; se retira reverente ante ellos; tiene costumbre de visitar inmediatamente a los Obispos y sa– cerdotes apenas llega a una nueva ciudad. Y, con todo, casi nunca menciona a estos sacerdotes sin pensar que son pecadores s9, Esta Iglesia, estos sacerdotes eran los que querían mitigar el grandioso ideal de altísima pobreza y de lo– cura que el Señor exigía de él. .. Esto era para Francisco una tortura espiritual que sólo un santo podía comprender adecuadamente. Y es aquí, en esta lucha, bajo el peso de este con– flicto a que le someten la Curia y los Ministros, donde Francisco realiza la plena y amorosa sujeción a la Igle– sia y a vivir en su seno. ¡ Ni una alusión, ni la posibilidad de una resistencia, ni el más mínimo gesto revolucio– nario! Por el contrario, la más humilde paciencia, y un nuevo impulso a crecer más en santidad. He aquí un hombre que de verdad llega a las cumbres más altas de la perfección, mediante la renunci{L total a sí mismo. j Ninguna afirmación de sí propio en esta fuerza gigan– tesca! Pero, precisamente en esta renuncia logra Fran- 60
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