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y a los Cardenales is; una predicación que, a veces, sólo consistía en una bendición 76- una predicación como ésta debió de encerrar en sí una inconmensurable fuerza "que penetraba lo más íntimo de los corazones" 11. Y, sin embargo, una vez más nos encontramos con una dificultad interna que, teoréticamente, sería tema inagotable de reflexiones, pero que Francisco resolvió prácticamente con la mayor naturalidad: 1a oración si– gue siendo, a pesar de todo, la tarea principal. Todo él es un predicador apostólico y, al mismo tiempo, se su– merge hasta perderse en las alabanzas de Dios. Cuando, en sus correrías apostólicas, por el camino, su meditación subía hasta "cantar a Jesús", se olvidaba incluso de la finalidad de su viaje is. Esta orientación apostólica la transmitió Francisco a sus frailes: clérigos y legos debían predicar 13, Y el Señor les daba también a ellos "según la exigencia del mo– mento, palabra y espíritu para predicar el sermón que más llegase al alma" so. 12 Guiado por Dios ... y por la Iglesia Así, pues, la fórmula que sostiene la obra del Santo reza: Dios me dio a mí (Deus dedit mjhi) s1, La conse– cuencia es inevitable: lo que Dios ha enseñado y revelado debe cumplirse a la letra, tal como fue dic;ho, pura y sencillamente. A esto estaba del todo aferrada la conciencia del Santo. Pero, esta misma conciencia estaba ligada con idén– tica absoluta firmeza a la Iglesia católica, fundada por Dios, y a su Jerarquía. Sólo en ella hay salvación, en "nuestra madre la santa romana Iglesia", según la llama Francisco todo a lo largo de su vida s2. A esto responde su actitud práctica, así en lo grande como en lo peque- 58
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