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para los hermanos. Era, pues, imposible que este hom– bre nuevo, que como un gigante había roto con las viejas tradiciones, no poseyese una gran fuerza de atracción. Y así viene, el primero, Bernardo. Y luego van lle– gando poco a poco cinco, seis. Y cuando eran once, le parecieron muchos a Francisco. ¡ Cómo podría no im– presionarle profundamente a este corazón maternal y ale– grarle, en un sentido muy hondo, el tener hijos! Pero, Francisco estaba indeciso, porque no era un hombre pla– neador, sino solamente oyente y tan paciente como en– tusiasta cumplidor de lo que había oído o visto. Lo sabía y lo dijo : "Dios era quien le había enviado aquellos Hermanos", Pero, no sabía qué hacer con ellos, porque "nadie me enseñaba el camino que debía seguir". Y, sin embargo, él, el místico, escoge el ,camino del apostolado. Con la misma intens1dad con que, a los co– mienzos, la propia salvación en la oración y penitencia habían sido principio y fin de aquella vida y de la correspondiente dirección de los Hermanos, fueron más tarde (después de algunos titubeos) esencialmente orien– tadas al apostolado. El que tanto amaba la soledad que la había llenado de las alabanzas divinas y, por así decirlo, de la vida de Dios ---,de modo que el paisaje donde pasó sus soledades · parece aún hoy día devolvernos un eco de las mismas-, este hombre no quiso ya más vida eremítica ni montañas, sino que se decidió más bien imitar a Aquél que había venfdo a salvar la vida de los hermanos con su predicación, su vida y su muerte 67, Francisco tenía hambre y sed de almas Gs, Se sabía en– viado de Dios. Su misma predicación, llena de fuerza y de verdad, que ningún hombre le había enseñado u9, realizada "con palabras sencillas, en el fuego de su espíritu" 10, y con las que anunciaba la penitencia 11, el amor a Dios 12 y la paz n; una predicación que dirigía a un sólo oyente con la misma seriedad y arrebato que a millarns 11, o al Papa 57
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