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"¡ Bienaventurado el que sabe guardar el secreto de su Dios y Señor!" Gs. Todo esto concuerda con la "extrañeza" que, aún en nuestros días, rodea la figura de Francisco. Sus con– temporáneos de Italia 66, lo mismo que el Sultán, estaban hondamente impresionados por ello. 11 "El Señor me dio cargo de frailes ..." De esta actitud dócil a las orientaciones del cielo surge también la obra del Santo. Francisco no fue al principio fundador de monasterios, o fundador de una Orden; tampoco quería serlo. Llegó a ser fundador de una Orden, casi diríamos, contra su voluntad. Y, sin embargo, ¡ cuánto trabajó después para que su Orden tuviese el espírih1 y el sello de una Familia, de una auténtica Fraternfdad ! No pensó en reunir compañeros en torno suyo. Dios le había mostrado la vida según el Evangelio, la vida de penitencia. Vive esta vida con una heroica mortifica– ción y alabanza a Dios. No tenía ningún programa, fuera del Evangelio. Y esto fue una gran ventaja para lo que habían de ser Francisco y su obra. Pues, el "no tener programa" y, sin embargo, llevar en el alma fuerzas creadoras en desbordante medida, significa estar fecundamente abier– to para todas las posibilidades de un desarrollo espon– táneo, en todas las direcciones. Y, ¡ c6mo se realiz6 esta oportunidad en Francisco! Surgió su obra con tal ori– ginalidad, que no pudo utilizar ninguna Regla propia– mente dicha. Y tampoco él la escribió, a fin de que la vida se mantuviese en toda su originalidad primigenia. Pero, naturalmente, en el Reino de Dios no hay nada que pueda quedar estérilmente aislado en sí mismo. En el Reino de Dios cada palabra y cada don es también 56

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