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pasiva. Todas las energías de aquella figura excepcional fueron puestas en juego y tenazmente utilizadas hasta sus últimas posibilidades. Y, sin embargo -Y esto es lo grande- sigue siendo, nada más que un hombre guiado por Dios aJ, Con ello realiza Francisco, en toda su perfección, una actitud específicamente cristiana 1 el "oír". Este "oír" del cristiano puede ser realizado en muy diversos grados de intensidad, que van desde el oír con "corrección" la pre– dicación sagrada, hasta la actitud del hombre que se abre desde lo más profundo de su ser para recibir y realizar el Mensaje evangélico. Por Celano y los "Tres Compañe– ros" sabemos hasta qué punto se cumplió en nuestro San– to esta última forma de reflexivo escuchar la voz de Dios. Tal actitud presupone y al mismo tiempo practica la docilidad para el seguimiento perfecto y, por consi– guiente, para la perfecta obediencia a1. Esta fusión con la dirección divina era tan íntima, adquirió rasgos tan marcados de una unión mística entre el Amante y el Amado, que sólo podría expresarse bien guardando un misterioso silencio. Una vez más comprende Francisco en su profundi– dad el Evangelio y también los salmos, que él conocía bien: "El Reino de los cjelos es semejante a un tesoro escondido en un campo y a una preciosa perla" (Mt. 13, 44). Como el afortunado buscador de perlas del Evangelio, así ocultaba Francisco su tesoro. El sabe de la misteriosa corriente de gracia que viene desde Dios a su alma y que precisamente lo má:s delicado está más expuesto al peligro. " ¡ Mi canto es sólo para el Rey! ". Francisco logró protejer perfectamente el fervor jn– terno que se le comunicaba. Sabemos con qué tenacidad intentaba guardar el secreto de las llagas recibidas. Es– cribe su Regla, dicta o escribe algunas frases y bendi– ciones... Pero, sobre lo que él era, sobre lo que en él pasa o había pasado hablaba Francisco muy poco..., "con 1a precaución de quien dice un enigma". 55
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