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cjsco. Ninguna actitud parece convenirle menos que ésta al "pequeño Francisco". j Cierto I Pero, la cuestión no· se resuelve con el re– curso a su humildad. Más bien es aquí donde se con– suma el martirio espiritual del Santo : Podía y debía temer que la Orden no correspondiese suficientemente a lo que él esperaba de ella. Sobre Francisco pesaba la responsabilidad con que Dios le había cargado. Dios le había señalado el camino~ el Hn y los medios. Por eso no podía cambiar una tilde de esta misión. De ello de– pendía la .salvación propia y de los suyos, y el que hu– biera de realizarse el urgente renacimiento de 1a Iglesia que se le había encomendado. La conciencia que de sí mismo tenía Francisco era la de ser un indigno instrumento de Dios, conciencia de su misión de servir en penitencia. P•ero una conciencia cargada de significado. En él revive el concepto de pueblo de Dios que en– contramos en Diognetes y Tertuliano y que tiene sus fundamentos· en el Evangelio. Quiere reunir un nuevo y · pequeño pueblo, distinto de todos los que le "han pre– cedido". Le inquieta la salvación del mundo oriental y occidental, y se siente responsable de ella. Quería con– quistar el mundo para su Señor. Era un caballero. De otra manera nunca se le hubiera ocurrido a este hombre humildísimo •enviar una carta "a todos los fieles cristia– nos, clérigos y legos, hombres y mujeres, y a todos los que viven en el mundo", para decirles: "Como siervo de todos me siento obligado a ponerme al servicio de todos predicándoos la bienhechora doctrina del Señor" s6, Y aunque se admita que los destinatarios de la carta son únicamente ciertos drculos especialmente allegados a Francisco, queda en pie, sin embargo, la conciencia de una responsabilidad universal, tal como se manifiesta aquí, en el viaje a Oriente y en otras ocasiones. Por supuesto, no hay en Francisco el más mínimo rastro de una demoníaca ambición de mando 57, 51

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