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gravemente pecaminosa. La posibilidad de perder a Dios y caer en el infjerno era para él -como para sus con– temporáneos- no una mera posibilidad lejana, sino un peligro que amenazaba: de cerca. ¡ Con qué facilic1ad amenaza con el infierno, como a gran pecador, a un frai– le que no se adapta a las exigencias de la Orden! Estamos aquí ante una concepción que sólo es com– prensible en el plano estrictamente religioso-teológico; .si bien ya en el plano mismo teológico es una afirmación poco matizada y en el plano moral sencillamente inacep– table. La misma idea se encuentra también en Celano, cuando describe, por ejemplo, el crecimiento de la Or– den: los ,jóvenes ,entran ,en la vida de perfección de– jando a sus padres "en el fango del pecado"; o cuando, hablando de su tiempo, expresamente le reprocha un desconocimiento casi total de Dios 51. Precisamente porque en la juventud del Santo no hubo una conducta pecadora en el sentido más fuerte de la palabra, por eso mismo el concepto y la conciencia del pecado pudieron ser en él más hondos. Francisco no da definiciones teológicas. Pero, sabe que su juventud fue mundana, que Dios no era el centro de su vida. Por tanto, aquel tiempo fue pecado. No se puede pensar sobre la santidad de Dios con más delicadeza que la que se pone de manifiesto en esta luminosa proclama– ción de la mísera condición pecadora del hombre 52. Así, pues, Francisco estaba completamente penetrado de semejante conciencia del pecado, hasta el humilde aniquilamiento de sí mismo. Y, sin embargo, no hay ves– tigfos de ideas encanijadas. Una vez más tenemos que decir: Francisco se experimenta como una pobre y total nulidad ante Dios. Pero, al mismo tiempo, posee --o más bien vive'---; lo que modernamente se llama "certidumbre de la salvación". Después de una larga y angustiosa mirada retrospec– tiva sobre su vida mundana, temblando ante el Señor del universo, va desapareciendo la angustia y va crecien- 49
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