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y en la compasión, que en esto ha superado con mucho a todas las otras grandes figuras del Cristianismo. También aquí deberíamos guardarnos de hacer gran– des frases que sólo a medias tomaríamos en serio. Jesucristo, Hijo de Dios, pendiente del madero infame de la Cruz, es una locura y un escándalo para el hombre natural. P.ero, la vida eterna consiste en que nosotros conozcamos y aceptemos esta locura y este escándalo como revelación del amor de Dios. Una de las caracte– rísticas que más radicalmente distinguen al Cristianismo, es precisamente ésta, el proponer este amargo e intole– rable escándalo como su más alto ideal y estímulo su– premo del amor. Si se piensa en esto, no se olvidará la frontera decisiva que hay impuesta a toda conquista cris- tiana en este mundo: · No tenemos ciudad permanente... Nada puede dar el hombre a cambio de su alma.. . El que no se odia a sí mismo y a su propia vida.. . El que intentase conquistar el mundo sin parar. mien– tes en estos límites y sin amarlos -a pesar de su tre– menda incomprensibilidad_, como voluntad misteriosa de Dios, ese tal edificaría sobre arena. Y, si pretende acudir al Pobrecillo de Asís para jus– tificarse, inevitablemente lo falsea. Si se quiere ver rectamente a Francisco -me permi– to repetirlo una y otra vez- nunca se puede perder de vista la Cruz y su insensatez. Y estas palabras hay que entenderlas sin paliativos, en su significado más fuerte. Para Francisco de Asís el Cristianismo está esencialmente ligado a la penitencia, que él entiende como una con- tinuada y dura asceS'is. · Cuando se dice que uno tiene que perder su vida, Francisco lo entiende al pie de la letra. Después de la escena delante del Obispo y de su padre Bernardone, se dice de él: "Desde entonces sus esfuerzos van diri– gidos a despreciar su propia vida, sin tener para con ella ninguna consideración. El quería que el "camino 44
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